¿Cómo deben hacerse las cosas?
Debo evitar ser arrastrado por el torbellino. Este torbellino nace, si no me equivoco, con la entrega de las llaves de la nueva casa; o tal vez antes desde la búsqueda de una casa y la decisión de comprar esta que se compró. Pero antes era más bien un remolino no tan violento; es con la posesión de las llaves cuando comienza la vorágine. Creo que esto se produce fundamentalmente por la interacción de dos personalidades distintas, casi opuestas, como la de Alicia y la mía. Mi modo de ser me exige, y me permite, realizar las cosas de cierto modo y no de otro. Mi modo de realizar acciones tiene algo de zen; las cosas deben realizarse cuando las cosas están maduras para su realización, y ese momento es algo que debo sentir surgiendo de mi interior. Creo que todo tiene su momento apropiado, que responde a causas misteriosas externas y/o a un acontecimiento interior, a la culminación de un proceso interior de elaboración: llega un punto en el cual uno fatalmente ve, siente, percibe, sabe, cómo deben hacerse las cosas, y en ese preciso instante surgen simultáneamente las fuerzas para hacerlas. Ahora bien: Alicia, quien tiene la modalidad opuesta, yo diría de “falta de respeto por las cosas”, cree que las cosas deben realizarse por obra de la sola fuerza de voluntad, independientemente de las circunstancias (externas o internas), contra viento y marea.
Es indudable que la modalidad de Alicia la hace mucho más eficaz que yo. A menudo la envidio por esa aparente facilidad para resolver imposibles. Ahora bien: de los momentos de mi vida en que yo he desarrollado similar modalidad y similar eficacia, he extraído la experiencia de que esa eficacia práctica tiene un alto precio espiritual.
La modalidad eficaz implica desarrollar demasiado el sector práctico de la mente, en una especie de militarización del ser. Los problemas pasan a ser enemigos que enfrentar (y eventualmente destruir), y no amigos que incorporar. Los problemas, en esta modalidad, son encarados frontalmente y resueltos, no de la manera que conviene naturalmente al problema, sino de la manera que “a mí” me parece más rápida, económica y conveniente en ese momento. Hay como una falta de respeto por el problema, como esa falta de respeto que hay por la naturaleza cuando se poda la copa de un árbol en forma geométrica.
Esto no es bueno para el espíritu y, tampoco, a la larga, esa eficacia es auténtica eficacia. Cortamos el hilo en lugar de desatar pacientemente el nudo; luego, ese hilo no lo podemos volver a utilizar. La modalidad práctica irrita la modalidad zen, y viceversa. Así es como vivimos con Alicia irritándonos mutuamente, y las cosas se van haciendo de cualquier manera, y ninguno de los dos tiene al fin una idea clara de cómo se tienen que hacer las cosas. Alicia piensa que debemos mudarnos lo antes posible, y yo pienso que debemos mudarnos en las mejores condiciones posibles, y esta contradicción crea el torbellino.
*Fragmento de El discurso vacío de Mario Levrero.